lunes, 20 de febrero de 2012

Poesía en vena (I)

Debí marcharme antes, cuando la lógica me tendía emboscadas en tus ojos mentirosos, debí huir cuando acaricié la ceniza de los sueños que arderán en otras camas, en otras ciudades.
Tal vez cuando hablaba con la almohada, para de repente girarme y darme cuenta de que estabas a mi lado. Debí marcharme cuando me sentí solo haciéndote el rencor, pero me quedé dos años más. Debí marcharme antes, pero cuando me fui, lo hice para siempre.
Supongo que una de las pocas certezas que se pasean por los infinitos interrogantes es la que me enseña que nunca más amaneceremos juntos, y su olor aún duerme en tu colchón, pero jamás volverás a pedirme que baje las persianas, o que no te robe el edredón cualquier Enero, porque nuestro amor se volvió Enero, y el edredón ya no calentaba nada. 

Los pájaros esquivan presurosos las antenas que acompañan con trinos mis obscenos bostezos, mientras me lavo la cara y recuerdo cómo me despertabas, agarrándome al pretérito, con más fuerza si cabe que la de los abrazos que quisieron asfixiarme. La crónica de un final anunciado, para qué volver a intentar reciclar un amor inevitablemente tóxico, para qué. Miro por la ventana y la ciudad vuelve a hacer gala de sus llamas invisibles, como cada puta mañana. La línea del horizonte vuelve a subrayar un verso imborrable escrito con tiempo. Si no leo mal, creo que pone: Nunca más amanecereis juntos.

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